domingo, 28 de septiembre de 2008

Ahora, sí

Una chica y un chico conversan en el bar de Thames y Charcas. No deben tener mucho más de 20 años, pero se los ve muy serios. La chica dice: “Te dejo porque no siento nada por vos. Pero nada”. Tiene la boca pintada de rojo y estira los labios con cierta exageración cuando pronuncia la “p”. El chico contesta: “No te creo”. Parece más una protesta que una afirmación. Después, con suavidad, vuelca el chopp sobre la mesa. La cerveza cae sobre la falda de la chica, que se levanta y grita. El no se mueve. Ni siquiera sonríe.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Asuntos pendientes

“Estaba por cruzar la calle cuando la vio, tirada sobre la vereda. Parecía una sombra, pero se trataba de una tarde ajena. En los últimos tiempos a la gente se le daba por dejar abandonados sus momentos en cualquier lugar de la ciudad. Dos días atrás había descubierto un aniversario de bodas, debajo de un banco de la Plaza Dorrego. Apenas le echó una mirada mientras caminaba. Llegaba tarde a la reunión del Concejo de Graduados de la facultad y no tenía ánimo para distracciones. Pero este mediodía transcurría sin apuro. Había salido del departamento a comprar cigarrillos y a tomar un poco de aire, luego de pasarse la mañana leyendo.
Ahí en la vereda, aquella tarde no se veía muy atractiva. Le faltaban luces, ruidos y cualquier otro indicio que pudiera identificarla. “Qué importa”, pensó, y decidió hacerlo. Se colocó sobre ella y dejó que lo invadiese. El dueño o la dueña debían haber corrido antes de abandonarla, porque inmediatamente se sintió acalorado y de su cuerpo comenzó a desprenderse un olor agrio. Fuera de eso, nada parecía diferente. “Sólo es una tarde ajena. A lo mejor, en media hora me aburro y yo también la tiro”, se tranquilizó”.



Este es el comienzo de un relato que empecé hace algunos años. En realidad, llegué a terminarlo, pero después no me gustó y unas cuantas veces intenté volver a escribirlo. Ninguna de las versiones me conformó. Llegado a un punto de la historia, me aburría y me dedicaba a inventar otras (no muchas, la verdad, porque que no soy muy productiva en lo narrativo).
Un amigo siempre me reta por mis empecinamientos. El habla de los sentimentales, pero la verdad es que sí soy un poco obstinada en todos los ámbitos. A lo mejor, porque me acostumbré a ser sola y eso significa que nadie, más que yo misma, me pone límites. Entonces, me equivoco todo lo que yo quiero.
Pero parece que estoy aprendiendo a desistir. Por el momento, esto se queda acá: en un comienzo. Porque no me sale otra cosa. Y ya.